40514

Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
Fue entonces que el desconocido me dijo:
-Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja.

(El libro de arena. Jorge Luis Borges)

viernes, 21 de enero de 2011

Alegato


            Mis amigos (¡quién los tuviera!) llaman fantasmas (quién tuviera su evidente ectoplasma, su libertad de cadenas) a mi persistencia de la memoria. Al recuerdo. Los otros que ya no serán si no los veo o no me ven. La constancia del tiempo. Los recuerdos. Durante la niñez la vida a mi alrededor era un complot. Y a los once años uno estaba lejos de la trama. Infancia infinita finiquitada por ese tiempo que llevaba tras de sí el torpe y sucio defecto de la realidad. La realidad tiene defectos, es más, la realidad es un defecto. Tan grande que para poder entenderla hay que negarla. No existe la realidad. Existe el sueño que se hace realidad. La defensa del sueño no justifica su fin: alcanzar la realidad. La realidad para ser precisa se alimenta de sueños. Toda realidad previamente fue soñada. Recuerdos, realidad. Individuo. Llega un momento (hermoso?) en el que socialmente, para luchar contra el individualismo tan sólo le queda a uno luchar contra el individuo antes que preocuparse de uno mismo. Y amar al otro en cerrado silencio con el corazón. Que el otro jamás sepa. Porque ¿qué ama uno cuando ama?. Abajo, la ciudad de acero. ¿Qué idioma se habla en las mefíticas islas industriales, donde monos avanzados se pliegan esclavos a los deseos de su señor?. Se taladra, se horada la ciudad. Más cerca de los infiernos el hombre se fortalece. Por eso aquellos anuncios de Nissan, usurpando versos al poeta, decían: “Las cicatrices cuentan mejores historias que los tatuajes”. Debajo de los tatuajes hay estética. Debajo de las cicatrices una historia de  desembarcos. Nissan. Dejad de construir coches, obreros del metal. Por cuestiones sentimentales, románticas, por cuestiones de clase, cultura y herencia. En nombre de los ríos y de aquellos besos robados en sus orillas. Yo, permanezco fiel a mi clase, pero mi clase no es fiel. No puedo abandonar a los míos, pero una cosa está clara: son insoportables. Más pareciera que somos una clase de tránsito a un mundo extraño. Usados trapos sucios tirados en las cunetas, márgenes de caminos y polvorientas sendas o veredas por las que camina sudoroso y triste el descorazonado capitalismo con cara de atleta derrotado por el dopaje. Insoportables en su persistencia de la ignorancia. La honradez basada en la ignorancia no me interesa. La honradez es conocimiento. Las buenas intenciones están llenas de errores (cronicismos), agigantados por lo habitual (el hábito), por que los alimenta la piedad (lo produce), y la tristeza. La triste tristeza. Aquel llanto que oímos de niños. Estados melancólicos. Y me revuelvo, indignación e ira, contra leyes, bandos o decretos y de quien los promulga. A ¿todos? debería indignarles que esas leyes, bandos o decretos, dictados por el gobernante salido de su democracia, no tenga una respuesta contundente por parte de avanzadillas o vanguardias de pobres. Pero aquella vanguardia de ayer, huyó hoy a paraísos fiscales, con palma, coco y mango, donde exfolian su cuerpo con las arenas doradas de mansas playas; y ahogan con hermosas puestas de sol y soda, los murmullos del pasado. ¿Qué uso van a darle a su dinero, a su bienestar, qué van a amar de sus hijos, de sus mujeres, novias, amantes, compañeras?, ¿cómo el sentir de la vida va a marcarles el pulso, ese latido que va dirigiendo la existencia a la paciencia solitaria de la vejez?. Líderes que fueron eternos. Matusalenes ignorantes que creyeron que dios aprieta pero no ahoga, cuando ante sus ojos, de cada árbol, de cada grúa que asedia la ciudad, colgaban los carnales frutos de millones de hombres y mujeres ahorcados cada amanecer. Y aun así, sangre y esperma amasados por todos estos siglos de contra-historia les sabe a poco a burócratas bocas asesinas y hambrientas.


Yo agoto mi ignorancia leyendo los diarios. La memoria. De niño yo no miraba el mar, había encontrado en la ensoñación la belleza que me negaban las aguas del océano, y sabía mentir inventando a otro que sí podía navegarlo, mojarse los pulsos en su superficie de rotundos azules. Ya viejo, uno sabe que no puede hacer nada con aquellos dichosos y jóvenes instantes de risas. La transición. El deseo es una pulsión, pero todo es efímero. En 2006 fue el centenario de Samuel Beckett, pero Godot no llega. Mustélidos, jacarandas y aerolitos forman parte de mis versos. Belugas y aperos de pesca se entrecruzan en los someros fondos marinos. Y sobre el mar flotan a la deriva plásticos y cadáveres. El poeta se pregunta a sus sesenta años quién va a corregir su último libro de poemas, ahora que la vida se le escapa, agotado el cupo y el quepo, ahora que el tiempo tiene el valor y la fuerza como para corregirle a él. 


Yo estaba entristecido por la lentitud de las sombras. Se abalanzó el tigre sobre la ciudad de arena. La gente se refugió en sus casas. Su amenaza de muerte se propagó al caer la tarde. Su esbelta figura lentamente se perdió en el ocaso. El pueblo enmudeció. Y el sable del general apoyó de nuevo su filo sobre calladas gargantas.
La ciudad descansa sobre sus movedizas arenas.