Quiero manifestar aquí, en esta ciudad de arena que se construye y se destruye, se levanta para caer y triunfa para vivir en el fracaso, o fracasa para amoldarse al error, mi total desacuerdo y mi agriado ánimo, con respecto a la práctica del fútbol profesional como deporte de masas.
Hace unos cuantos años, vi en “El País” (cuando “El Pais” no llevaba tilde) una viñeta de Forges, donde un futbolero lee en la prensa que han sido desalojados los vestuarios de varios estadios de fútbol ante llamadas anónimas que informaban de la colocación de libros. Ké vestias, concluía.
Puedo asegurar, por evidente, que esos 22 hombres que pisotean la cancha son millonarios; así, lo que les mueve a jugar no es una filosofía ante la vida, ni siquiera una manera sana de vivir, dados los riesgos de la alta competición, el sobre esfuerzo al que los someten, no, es que jugando se gana mucho dinero. Correr detrás del balón, y empujarlo hasta la red significa gol a la hora de decidir cuál de los dos equipo gana la contienda. Mas llegar a hacer gol, su proceso, es la metáfora de lo que perseguimos en la vida, es el resultado de la jugada previa, el entramado del cual nos valemos para reducir al contrario con habilidad y fantasía, el regate. El engaño es una demostración de belleza plástica y juego de equipo, escondiendo el balón como prenda, pieza u objeto al que el otro no debe dar alcance. Las individualidades sistemáticas una falla del colectivo, y el gol una alegría como remate final de la jugada.
El dinero viene a trastocar estas y otras cosas. Y como el dinero es valor, también es medida, y estos hombres miden su valor, su eficacia, y su técnica, resumiéndola en una sola palabra: dinero. Y lo que en momentos puntuales es de una gran belleza plástica, el noventa por ciento es una batalla encarnizada, cada día más, donde ganar el partido es la base fundamental de la razón. De toda la razón. Y de toda la fuerza con sus artimañas. La falta de deportividad es alarmante, las lesiones cada día más graves. E irrazonables suelen ser los hinchas que asisten a un campo de fútbol exigiendo a toda costa que su equipo gane, aunque para ello tengan que usar trampas, emboscadas, enredos, maquinaciones, métodos y vicios todos ellos antideportivos, de los que no son conscientes, (o sí) cegados por barriobajeras pasiones, que no por la belleza de la práctica deportiva.
El dinero viene a trastocar estas y otras cosas. Y como el dinero es valor, también es medida, y estos hombres miden su valor, su eficacia, y su técnica, resumiéndola en una sola palabra: dinero. Y lo que en momentos puntuales es de una gran belleza plástica, el noventa por ciento es una batalla encarnizada, cada día más, donde ganar el partido es la base fundamental de la razón. De toda la razón. Y de toda la fuerza con sus artimañas. La falta de deportividad es alarmante, las lesiones cada día más graves. E irrazonables suelen ser los hinchas que asisten a un campo de fútbol exigiendo a toda costa que su equipo gane, aunque para ello tengan que usar trampas, emboscadas, enredos, maquinaciones, métodos y vicios todos ellos antideportivos, de los que no son conscientes, (o sí) cegados por barriobajeras pasiones, que no por la belleza de la práctica deportiva.
El jugador de fútbol en la alta competición, como colectivo trabajador, como hombre asalariado, (reciben un salario por vender su fuerza de trabajo, alto e importante salario, pero salario) es un hombre desclasado al cien por cien. Ningún colectivo está tan fuera de sus reivindicaciones como ellos, el dinero las cubre todas dados los altos porcentajes que reciben, su nula conciencia les aleja de la clase que más les apoya y les sigue: los obreros y los trabajadores. Su conciencia política, ellos que se mueven en ambientes “políticamente” influenciados por el dinero, suele ser plana; culturalmente son un ejemplo para la sociedad, que imita su “modelo” de vida. Nuestro “ideal” es el significado que ellos nos dan, que en el caso de Mouriño, (contratado por el Real Madrid para no hacer futbol, ante la magia del Barcelona) es patético hasta donde puede llegar con tal de seguir “disfrutando” del “juego” de su equipo. No tienen escrúpulos. La comprensión intelectual, razonada, sosegada, de las cosas no va con ellos, es baja, dándose un nivel de analfabetismo muy elevado: saben leer y escribir y pare usted de contar. Cuenta Valdano que él tuvo un entrenador que le prohibía leer en las concentraciones, porque para estar concentrado de cara a un partido de fútbol lo peor que puede hacer un hombre, es ponerse a leer un libro. Su simpleza política les encuadra efectivamente con la derecha, con la derecha y con la religión: todo el colectivo se persigna o se santigua al entrar en el campo, y también al abandonarlo, y al meter gol. Su fe consiste en seguir pidiendo favores, no les basta con el dinero que reciben, sino que egoístas se permiten el lujo de pedirle al Altísimo que les proteja de lesiones, que le de suerte, ganando él y su equipo el partido, tal es la confianza con la que tratan a su dios, que siempre es particular, como sinónimo de personal, es decir de propio: él es el dueño de una casa, una mujer bella, un cochazo y un dios. Cierran el circulo de sus supersticiones y su inmoralidad.
Fichan cada año por el mejor postor. No tienen colores. Y se nacionalizan (El Estado no tiene problemas en darle la nacionalidad a los extranjeros ricos) para no ocupar plaza de extranjero, porque así pueden fichar en otros países. Van a por todas. No denuncian nada. Y nuestros hijos los coleccionan en cromos y los admiran.
Y la ciudad de arena anota sus penas moviéndose en la noche. Busca en la oscuridad un sitio para deformarse, tomar cuerpo de piedra y resistir los vientos del hombre cobarde que la puebla.
Y la ciudad de arena anota sus penas moviéndose en la noche. Busca en la oscuridad un sitio para deformarse, tomar cuerpo de piedra y resistir los vientos del hombre cobarde que la puebla.