14 de Abril. Han pasado 80 años de aquella experiencia tan hermosa para la gente trabajadora y humilde...y pobre de solemnidad. Ello, a pesar de que La República siempre fue un gobierno en manos de la burguesía. Ochenta años. Es un tiempo importante para mirarse. Para ver qué teníamos y no tenemos. Pero la memoria flaquea. La foto se muestra siempre con la pátina suficiente como para no ver con claridad. La niebla del pasado.
Manuel Fernández Bernáldez, mi abuelo materno, aquel 14 de abril de 1931, proclamación de la II República, vistió a mi madre, que acababa de cumplir seis años el día 8 de marzo, de República, o de republicana, y la paseó por el pueblo. Iba mi madre con la bandera republicana cruzándole el pecho, con su gorro frigio incluido, y con un cartel colgado que decía: “Ay! de quien toque a la niña bonita”. Como nunca se perdona y la gente sólo tiene buena memoria para aquellas cosas que le trastocan la rutina de la vida, apuntaron en sus cabezas el nombre de mi abuelo. Y años después casi le cuesta la vida. Los traidores. Los que ganaron. Los que nos siguen ganando, a pesar de una transición modélica, que empezamos 36 años después. Modélica. Algunos avisamos, lo escribimos en las paredes: “Depuración de los cuerpos fascistas del estado”. Otros se reían. Modélica. Los jueces. Modélicos. Los comunistas del PCE modélicos (ojo, había otros comunistas) dijeron: Reconciliación Nacional, y taparon los agujeros, las goteras del sistema, con papel mojado. La memoria, la foto recibió una mano de barniz. Se tapó la vida de los perdedores. Ochenta años.
Ochenta años. Y las personas mayores parece que han desaparecido socialmente, debido a esta estupidez social de primar lo joven, como sinónimo de fuerza y trabajo. Las personas mayores no están, son un tú. Y La memoria se va perdiendo. Ya casi nadie recuerda. Nombra. Señala. Dice lo que pasó. Mas yo, que vengo de otro tiempo, los echo de menos.
Echo de menos a mi abuelo materno. Aquel tipo delgado y alto un poco desgarbado. Me acuerdo mucho de él. Cuando empecé a ser adulto, dispuesto al argumento, se murió. Me hablaron de él. Siempre fue un tipo importante, decisivo.
Recordando, me viene a la cabeza la palabra revolución: “Primero ganamos la guerra y luego hacemos la revolución”. Y así nos fue. Y la palabra revolución me lleva a recordar la respuesta que una compañera de trabajo me dio hace tiempo, ante la evocación nostalgiosa que hice a la revolución como alternativa a todos nuestros males: “Tomás, eso de la revolución es muy cansado, hay que estar todo el día haciendo muchas cosas para conseguirla”. Primero me ofendí, pero más tarde, dando reposo al poso (pareado hermoso) revolucionario y a la palabra “cansado”, comprendí sin entenderlo, el mostrenco sentido de sus palabras, abriéndose ante mí la posibilidad de que la compañera podía tener razón. Así que a continuación me permití el lujo de regocijarme en su repuesta imaginando el ocio permanente de un futuro revolucionario. Lo revolucionario estaría, no en la revolución como tal, sino en la felicidad (subjetiva o no) conseguida en nombre de ella. El asueto es el que daría calidad de revolución a la revuelta.
Y sigo recordando. En esta ocasión una foto ideal de mis mayores. Siempre es esa foto imposible de conseguir. Cómo deben de ser los sueños. La foto ideal que siempre he perseguido, desde un punto de vista de histórica trascendencia, es la de mis ocho bisabuelos-as (4+4) y mis cuatro abuelos-as (2+2). Buena banda. Todos terminaremos encerrados: cárceles, hospitales, residencias, cuarteles, oficinas, museos, cementerios. Nuesros mayores.
Y en la ciudad de arena, el poeta volvió a sufrir dislexias: “dijeron a las urnas, y él entendió a las armas”. Ángel González. Y me inventé un asesino al que llamé Franco. El desequilibrio de las arenas. La ignorancia siendo ignorada.