40514

Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
Fue entonces que el desconocido me dijo:
-Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja.

(El libro de arena. Jorge Luis Borges)

domingo, 12 de junio de 2011

Razones de un filosofo trasmutado en poeta.

          El otro día /ayer o hace unos años, qué más da/ alguien con vocación de poeta y científico, (no puedo decir el nombre) pretendía lanzar toda la literatura del mundo a un agujero negro para obtener una respuesta del universo, o también dándose una vuelta por las otras orillas de las estrellas atrapar por la espalda la pregunta que estamos esperando que Dios nos haga: ¿Qué leches queréis?. Un filosofo me dijo que no esperemos nada, que al séptimo día Dios no descansó, murió: Se había traducido mal, de los Manuscritos del Mar Muerto, hallados en la cueva, la palabra “descansó” como la acción de estar cansado, por el hecho de estar muerto.


    Sin Dios. Sin líderes. Sin mitos. Sin ejemplos. Sin principios. Sin espejos: crisis de valores. Y si es así, esa crisis busca su antídoto, la pregunta ¿de qué valores? El valor. El valor, aparte de entrar a oscuras en una calle fondo de saco esperando el fulgor de la hoja de acero, es sobre todas las cosas, explicar por qué hay que correr el “riesgo de la puñalada”, cuando en el riesgo no hay nunca resultados eficaces, y sí mucho espontaneísmo, peligroso para la seguridad que reclama la población temerosa, insegura ante el fondo del oscuro callejón, ante lo que no conoce, temerosa de un mundo que cada vez con más fuerza no sabe ofrecernos otra cosa. Y no digo qué cosa, no pronuncio su contenido, el nombre que lleva dentro, no doy señas de identidad. Acentúo cosa, hago hincapié en las cuatro letras, que anagrama ágil se coloca ahora formando asco; para más tarde dicha palabra, resolviendo el misterio del miedo, nos lleve al temor original del brillo metálico en la oscuridad: saco. Tres palabras en una, el triángulo, el ojo de Dios: cosa, asco, saco y otra más que cierran su misterio, no porque sea llave, pero sí cerradura: caso. No resuelto del todo, porque el caso hombre es un misterio, mucho más allá de las propiedades de un dios cualquiera. Nace el pensador, que para hacerlo, si quiere progresar en él, debe obviar la trinidad. Inventa el cuadrilátero, se enfunda guantes de boxeo y obliga a Dios a fajarse en su terreno, aunque sea de lona, lejos de las ventajas del Divino Cielo. Y el hombre gana todos los combates.

          El pensador evoluciona para alejarse del mono, excluye al otro en la diferencia. Su evolución se fragua a costa de las otras criaturas. A la vez que se hace racional madura en la irracionalidad de sus decisiones; pero al interrogarse vive en un circulo concéntrico donde él es la piedra que golpeó el agua, la pregunta por tanto encarnada en el objeto, está en el fondo, reside en las profundidades. Es así como el hombre es arrastrado hacia las simas por su incapacidad de arrojar el lastre que es el propio hombre: inventa las guerras, creyendo que así se mata, cuando lo que hace, en la diáspora, es exterminar al otro. Pese a los esfuerzos por encontrarse (en el milagro se reencuentra) no se extingue, y el planeta que era de agua ahora es un gran espejo donde se mira una y otra vez. El espejo.


          Otra palabra tiembla, sin duda, encerrada por el misterio original: qué. La pregunta le mata demasiado, y no dispuesto a morir, nuestro filósofo se hace recolector de plantas, hortelano, druida que en la pócima para sanar, encuentra otro misterio mayor: el dolor, la muerte. El materialismo le avasalla. Filosofa. Reegresa. Qué sigue siendo. Está. “Veila hay” decía mi bisabuela Irene. Lo notaba.
          No es posible hacer pensamiento en español, lo dijo Heidegger. ¿No es acaso el chiste, la ironía, el humor, lo que impregna nuestro carácter de filosofía, nuestra escuela filosófica? Sepan aquellos pensadores que precisan del alemán y del griego, que para entenderlo, ya hemos vestido a Nietzche de torero; que lo sepa el malicioso pensador que le hizo el comentario años ha, a Savater.
          El pensamiento español no nace en la poesía, sino en la novela, en el ensayo, y anda dándose coscorrones en la prensa escrita. La poesía no va a determinar nada, porque el poema es la conclusión del todo, su resumen. El total de esta suma de facto y de factores. De la oportunidad del lenguaje, nace un oportuno filósofo. Se mezcla con la plebe. Siendo oportunistas con la lengua construimos otro modo de filosofar. Pueblo y filosofía: el pensamiento oportuno, ese del que más tarde nacieron los oportunistas. Bastantes peldaños más arriba, en la escalera hacia el cielo: los poetas; ¿o hay dos escaleras, una que sube y otra que baja? Definitivamente Dios es desalojado; y desde hace unos años se refugia en una mazmorra del Vaticano. Allí un arquitecto llamado Pedro y un carpintero de nombre José, cocinero y camarero respectivamente, le sirven bajo la puerta raciones de comida. Jesús juega a los dados con Einstein.


          Tal vez el pensamiento español ha tenido (ha pasado) demasiada hambre, se piensa poco hoy como consecuencia de la pereza adquirida en el pasado cuando estábamos con el estómago vacío, y ahora es hábito; a pesar del fósforo que inunda nuestra corteza cerebral, fósforo que al darle salida a través de la palabra puede incendiar el vuelo de las mariposas; el viento de su millón de alas sin embargo apaga cada día el incendio que es el hombre. En el horizonte la tripa oronda del ocioso; abajo, el trabajo; en Utopía, el ocio permanente; arriba, el poder.
          Nietzche quería por sobre todas las cosas ser poeta, apostaba por la farsa ante la soledad del superhombre que lo hacía soberbio. Gloria Fuertes, un día de prímulas y luz, me decía: “Qué sería de Dios sin nosotros”. Qué sería la filosofía sin los poetas. A estas alturas quizás podamos evitar el verso, pero no al poeta. También el poema encierra en su cofre de contradicciones a un insolente poeta (la insolencia es una licencia que no puede permitirse el filósofo) que lo usa de caja de Pandora. Poesía eres tú, filosofía es el mundo. Ahora puedes realizar la operación dialéctica entre estos dos elementos. Ejemplo:
          En la película “Martín H”, el protagonista, encarnado por el actor Federico Lupi, un argentino que vive en España, recuerda que un día echaba en falta algo de su país, nostalgiado descubre que en España la gente no silba por la calle. En ese momento, en un dialogo interior con él, le apunté que está mal visto, porque es signo de ordinariez y provocación chulesca; como pude comprobar un día de primavera en la que salí a comprar pan y el fornido panadero ante mi felicidad expresada con una suave melodía silbada en moderadísimo tono, me llamó chulo, invitándome a abandonar su casa, que era su tienda, etc.


          Conocer y discernir. Estamos en tránsito, de paso, en un movimiento emparentado con la línea recta y que para eludir los círculos viciosos, el saber inventa la dialéctica, que nos dará una perspectiva de los otros movimientos que se acercan de frente. Discernir por tanto será El Acto Natural.
Y la ciudad de arena se va llenando de asambleas que es la mejor manera de hablar. Y de pensar.


Móstoles siglo XXI (Aún)