40514

Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
Fue entonces que el desconocido me dijo:
-Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja.

(El libro de arena. Jorge Luis Borges)

viernes, 11 de febrero de 2011

Elencos

          La rutina persiste. Y la ciudad se resiente. El orden se retuerce. Europa extraviada, descaminada. Hay días que no me afeito para parecer antiguo, un carro de pajas en traqueteo, por callejas antiguas, que va dejando un rastro de migas o palabras. No eres tú amigo, esa página dónde uno escribe poemas, versos entrecortados, lágrimas contenidas. Ese papel tan deseado. Y por otro lado estoy convencido que si hubiera pasado hambre dedicándome con ahínco a la literatura (convencido como antes lo estuvieron otros) que hubiese escrito mejor, mucho mejor. La falta de sustancia de mi escaso cuerpo se hubiese compensado con una sobra sustancial de palabras engarzadas, de textos pesados y densos. Una literatura obesa.

          La ciudad. Las calles de la ciudad. El hombre. Las calles del hombre. El laberinto. En el pálido polvo he descifrado rastros que temo, dice Borges. El delirio del fin, que en momentos puntuales, en esta larga historia de utilización y comercio entre pobres y ricos, los pobres están ahí mirando con sorpresa cómo la vida pasa ante ellos. La vida. Los pobres, los que se creen clase media demostrando que aunque pagan impuestos y son explotados, a cambio no reciben de los explotadores los servicios que su vida reclama. Y es en esos momentos cuando comprueban que las desgracias están para que ellos las afronten y las entiendan. Y todo arde.
Sucedió cuando Galicia entera se llenó de chapapote. Los gallegos demostraron, junto a un montón de voluntarios de todo el resto del país (toma nacionalidad, nacionalistas) que sabían cómo organizarse en caso de necesidad. Esta necesidad es desconocida por parte del gobierno. Este es el secreto de los humildes, los pobres, los dominados. Pero los ricos seguirán cazando como fieras, animales pacíficos, solazándose y enriqueciéndose. Su felicidad es rara. Y una vez más para desgracia de la política, los políticos vienen a demostrar su total ignorancia sobre los menesteres de la vida desorganizada en pobre, y su innecesaria razón de ser. Si existen es porque Dios es de derechas. Y los pobres, consentidores de ello, dúctiles ateos. Anarquistas quejándose en flamenco. En olé cañí.
Aquí (otra vez) se hace novedad el dicho de: pobrecito mi político (patrón), piensa que el pobre soy yo. Algún día no quedará ninguno; son holgazanes, inservibles e innecesarios. Lástima que los que siempre hemos estado en contra del estado, sólo tengamos razón en las desgracias. Algún día veremos un punto de luz, una estrella, y seremos nosotros haciéndonos guiños desde el cielo.

       Mientras, las cigüeñas nos acompañan, se quedan con nosotros. Nosotros y ellas, que con el radar cardinal altamente averiado “disfrutamos”, en nuestro errático desvarío, de inviernos-otoños-primaveras-veranos: las estaciones se entremezclan. Nos calentamos quemando fósiles. Diluvia en el Sahara donde lo pobres más pobres que nosotros, viven en casas de adobe. Y la lluvia y el tiempo enquistándose en problema, saca a la superficie ese largo conflicto Marruecos-Frente Polisario. En el Sahara Occidental hay un millón de minas. La guerra. El hombre de la ciudad de arena llenándola de trampas. Lejos de allí, otro hombre hace un descubrimiento con un puñado de bacterias. La guerra de la ciencia y de la ficción. La de las bacterias.
Se lo voy a explicar a ustedes. Poesía al servicio de la ciencia. Dice el hombre que se coge una bacteria y se la “amaestra” para que coma TNT. Dice que se le pone en el ADN una proteína fluorescente (extraída por ejemplo de las luciérnagas) para que brille por la noche, y que se las suelta lanzándolas desde las alturas (no necesitan paracaídas) en un campo sembrado de minas. Pasados unos días se inicia la captura de las bacterias con la ayuda de una linterna de infrarrojos: donde suceda una lucecita hay una mina. Pregunta soez, por mi parte: Si la bacteria se come la mina (TNT) ¿al pisar una bacteria explota?.
Se lo crean o no la noticia y el experimento es totalmente cierto. Y si no fíjense: en los años cuarenta las microondas, donde ahora guisamos un pollo o calentamos el café, eran para mandar secretos de guerra. Los teléfonos móviles también. El cerebro se te cuece como el pollo, a través de la oreja. Y con él te localizan y te inyectan tumores. La vida.
          El rio de la vida. El melancólico “Oblivión” de Astor Piazzolla cae lento, el mágico bandoneón se desgrana ahogado en primavera. Todo es mezcla en la ciudad de arena. Colores oscuros dan paso a matices, tonos pastel. Llegan otras culturas y nos hacen dudar, y nos salvan, a pesar de esos conocidos del barrio asustándose de que otras razas se instalen junto a él, y que pretenden que yo escriba como ellos quieren que yo piense.

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Navega si quieres en mi corazón solitario
porque lo dejo a tus abordajes de madrugada
a tus antojos copias y libelos,
garfios y desbroces,
y déjame ofrecerte en esta nada
un error similar al que siempre cometemos:
restos de unos ojos sin paisaje y sin botín,
trasparentes capturas donde anida la anguila
o navegando noctámbula del día y sus abismos
en la siesta de la noche permanente
donde espera la sed que apague las preguntas.