40514

Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
Fue entonces que el desconocido me dijo:
-Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja.

(El libro de arena. Jorge Luis Borges)

domingo, 3 de abril de 2011

Abril


14 de Abril. Han pasado 80 años de aquella experiencia tan hermosa para la gente trabajadora y humilde...y pobre de solemnidad. Ello, a pesar de que La República siempre fue un gobierno en manos de la burguesía. Ochenta años. Es un tiempo importante para mirarse. Para ver qué teníamos y no tenemos. Pero la memoria flaquea. La foto se muestra siempre con la pátina suficiente como para no ver con claridad. La niebla del pasado.
Manuel Fernández Bernáldez, mi abuelo materno, aquel 14 de abril de 1931, proclamación de la II República, vistió a mi madre, que acababa de cumplir seis años el día 8 de marzo, de República, o de republicana, y la paseó por el pueblo. Iba mi madre con la bandera republicana cruzándole el pecho, con su gorro frigio incluido, y con un cartel colgado que decía: “Ay! de quien toque a la niña bonita”. Como nunca se perdona y la gente sólo tiene buena memoria para aquellas cosas que le trastocan la rutina de la vida, apuntaron en sus cabezas el nombre de mi abuelo. Y años después casi le cuesta la vida. Los traidores. Los que ganaron. Los que nos siguen ganando, a pesar de una transición modélica, que empezamos 36 años después. Modélica. Algunos avisamos, lo escribimos en las paredes: “Depuración de los cuerpos fascistas del estado”. Otros se reían. Modélica. Los jueces. Modélicos. Los comunistas del PCE modélicos (ojo, había otros comunistas) dijeron: Reconciliación Nacional, y taparon los agujeros, las goteras del sistema, con papel mojado. La memoria, la foto recibió una mano de barniz. Se tapó la vida de los perdedores. Ochenta años.


Ochenta años. Y las personas mayores parece que han desaparecido socialmente, debido a esta estupidez social de primar lo joven, como sinónimo de fuerza y trabajo. Las personas mayores no están, son un tú. Y La memoria se va perdiendo. Ya casi nadie recuerda. Nombra. Señala. Dice lo que pasó. Mas yo, que vengo de otro tiempo, los echo de menos.
Echo de menos a mi abuelo materno. Aquel tipo delgado y alto un poco desgarbado. Me acuerdo mucho de él. Cuando empecé a ser adulto, dispuesto al argumento, se murió. Me hablaron de él. Siempre fue un tipo importante, decisivo.

Recordando, me viene a la cabeza la palabra revolución: “Primero ganamos la guerra y luego hacemos la revolución”. Y así nos fue. Y la palabra revolución me lleva a recordar la respuesta que una compañera de trabajo me dio hace tiempo, ante la evocación nostalgiosa que hice a la revolución como alternativa a todos nuestros males: “Tomás, eso de la revolución es muy cansado, hay que estar todo el día haciendo muchas cosas para conseguirla”. Primero me ofendí, pero más tarde, dando reposo al poso (pareado hermoso) revolucionario y a la palabra “cansado”, comprendí sin entenderlo, el mostrenco sentido de sus palabras, abriéndose ante mí la posibilidad de que la compañera podía tener razón. Así que a continuación me permití el lujo de regocijarme en su repuesta imaginando el ocio permanente de un futuro revolucionario. Lo revolucionario estaría, no en la revolución como tal, sino en la felicidad (subjetiva o no) conseguida en nombre de ella. El asueto es el que daría calidad de revolución a la revuelta.

Y sigo recordando. En esta ocasión una foto ideal de mis mayores. Siempre es esa foto imposible de conseguir. Cómo deben de ser los sueños. La foto ideal que siempre he perseguido, desde un punto de vista de histórica trascendencia, es la de mis ocho bisabuelos-as (4+4) y mis cuatro abuelos-as (2+2). Buena banda. Todos terminaremos encerrados: cárceles, hospitales, residencias, cuarteles, oficinas, museos, cementerios. Nuesros mayores.

Y en la ciudad de arena, el poeta volvió a sufrir dislexias: “dijeron a las urnas, y él entendió a las armas”. Ángel González. Y me inventé un asesino al que llamé Franco. El desequilibrio de las arenas. La ignorancia siendo ignorada.

3 comentarios:

  1. Tú tiens xx, yo 48 años, siento como tú, al único abuelo que anduvo más pringado en la cuestión (concejal del frente popular cuando los traidores a esa patria a cuya bandera juraban lealtad, a ese gobierno al que juraban defender, ellos tan amigos de juramentos y cuestiones de honor reventaron la llaga en pura gangrena) ni siqueira lo conocí, ni casi mi madre, el otro abuelo he intuido siempre que se salvó de ir a la guerra no sé bien si por edad o porque trabajaba de oficinista en la casa Siemens (ya sabes, alemana) de Sevilla..su cuñado, el marido de su hermana, era el alcalde de Sevilla cuando..si, murió fusilado, pero en mí no ha habido recuerdo sentimental, ha sido más ejercicio posterior de mis años maduros)...así que no debe ser cuestión de edad, Tomás.
    ¿no será cuestión de conciencia? y la conciencia sólo surge con el conocimiento, y para éste se necesita el del esfuerzo, y tu compañera diciendo que eso de la revolución es muy cansado...
    Esta ciudad de arena se stá mojando con mis lágrimas, Tomás, así que mejor me callo ya un poco o un del todo, no se me vaya convertir en una ciénaga, que no quiero perderla. A esta ciudad de arena.
    Un beso.

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  2. Mi padre fué teniente de sanidad militar en la república,hizo tres años de guerra y después cuatro en un campo de concentración en áfrica que se lo conmutaron por la pena de muerte,asi que yo he mamado la rabia de los perdedores desde pequeña,y te entiendo perfectamente.Somos hijos hambrientos de libertad al igual que niestros padres y abuelos. Un beso y un clavel rojo.

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  3. Gracias Loli. Gracias por el clavel. Somos rojos por defecto.

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Navega si quieres en mi corazón solitario
porque lo dejo a tus abordajes de madrugada
a tus antojos copias y libelos,
garfios y desbroces,
y déjame ofrecerte en esta nada
un error similar al que siempre cometemos:
restos de unos ojos sin paisaje y sin botín,
trasparentes capturas donde anida la anguila
o navegando noctámbula del día y sus abismos
en la siesta de la noche permanente
donde espera la sed que apague las preguntas.